Los aperitivos de mycuriosEATy
De pequeña no me gustaba el olor a azafrán. No entendía nada de los pequeños paquetitos de papel de periódico donde se guardaba y que transportábamos tras las vacaciones a nuestra casa cerca del Mar del Norte. Una vez allí, el pequeño paquetito se guardaba junto a los demás condimentos de cocina. No era consciente de que en esos sobrecitos caseros, al final del verano, nos llevábamos un poquito de esos preciados hilos de oro vegetal.
Años más tarde ha cambiado mucho la cosa. Para realmente apreciar un alimento es indispensable conocer mejor el producto y lo que hay detrás. En el caso de los paquetitos de azafrán, he aprendido a cosecharlo, ´empujando el tallo hacia abajo, nunca estirando hacia arriba´, a mondarlo sin romper los hilos y a secarlo lentamente sobre un cedazo. La calle Cedaceros de Madrid ya no guarda secretos para mí, o eso creo.
Cada vez que abro el botecito para usar unos hilos, me llegan imágenes como ésta, en blanco y negro, de la recolección de la flor. Otras son de mis propias vivencias, y me doy cuenta de todo lo que encierran esos pequeños envases. Eso sí, los paquetitos de papel ya son cosa del pasado.
Ahora, tras quitar el corcho, cuando huelo el azafrán, me llegan recuerdos de la cocina de mi abuela, de esos cajones con utensilios de madera o metal, cajones que no conocían los separadores, pero que todavía guardaban pequeños paquetitos de papel de periódico, oscurecidos por el uso y teñidos por los propios hilos de oro. Recuerdo la alacena con sus puertas de madera y sus pequeñas celosías, y la lumbre calentando la cocina.
Pero no solamente me huele al entonces, también me huele al ahora, recogiendo cada día unas poquitas flores, mondándolas y secando los hilos con mucho mimo. Me huele a recetas de aquí o a otras llegadas de puertos más lejanos. También a dulces, no todo va a ser salado; a repostería y a bizcochos aromáticos y dorados. Ahora el azafrán me huele a la historia y al presente de mi familia.